lunes, 25 de agosto de 2008

Uno, dos, ya viene por ti


Uno de los grandes temores a la hora de dormir, es no despertar jamás, de morir en pleno sueño y no precisamente de la manera más plácida. Yo, desde pequeño, tuve ese temor, de ser devorado por el cansancio, por la noche y sus infinitos espectros.

Ya dije que “Salem’s Lot” es uno de los culpables de mis noches de insomnio, pero hubo otros seres que ayudaron a que las noches fueran más largas de lo habitual o, al menos, algo más amenazantes.


Uno de esos es Freddy Krueger, el demonio del sueño por excelencia, un ser maldito y malvado que habita en nuestros sueños, convirtiéndolos en terribles pesadillas (una versión cartonesca del monstruo bajo la cama, del monstruo del armario y todos sus clones).

Dirán que siempre fue algo burdo y demasiado irónico para parecer real, pero esa musiquita infantil que lo acompañaba hasta el día de hoy me asusta de verdad.

Uno, dos, Ya viene por ti
Tres, cuatro, cierra bien la puerta
Cinco, seis, toma el crucifijo
Siete, ocho, no duermas aún
Nueve, diez, nunca dormirás

Uno, dos, canta a viva voz
Tres, cuatro, el hombre del saco
cinco, seis, decid lo que veis
Siete, ocho, cómete un bizcocho
Nueve, diez, ¿dónde está Fred?

Uno, dos, Freddy viene por todos
Tres, cuatro ponle llave a tu cuarto
Cinco, seis, un crucifico llevareis
Siete, ocho, a desvelarse un poco
Nueve, diez, nunca dormirás otra vez


Si eso no da susto, creo que nada lo da.

Bueno, el asunto que esa cancioncita anticipaba la irrupción de Freddy, con su viejo sombrero, su sweter de rayas negras y rojas y su enorme garra, que ya se la quisiera el Joven Manos de Tijeras en sus días más malos. Un villano, al menos estéticamente, de antología, que supo asustar y a la vez imponer una moda (desde entonces llevó rojo y negro).


La saga, ideada originalmente por Wes Craven (el mismo de “Scream”), fue bastante irregular, con momentos buenos y otros horribles (la mayoría). El comienzo, haciendo charqui a un jovencísimo Johnny Depp (en su primera película para el cine), prometía. Craven luego la dejó en manos de otros perpetradores, hasta que volvió en los 90 a poner orden con una película que proponía, como "Scream", hablar de cine dentro del cine, con todos los actores interpretándose a sí mismos, descubriendo que en realidad este malvado individuo era insuflado de vida cada vez que el realizador (el mismo Craven) comenzaba a escribir un guión (metafísica elevada a su última expresión).



También está esa entrega que incluía unos efectos 3D a la antigua (se trataba de "La muerte de Freddy, que vendría a ser la sexta entrega), cuando los lentes eran de cartón y en vez de cristales, como ahora, venían unos celofanes de colores pero muy rascas (ordinarios, de mala calidad, etc.). Hasta tuvo un encuentro cercano con Jason Vorhees, ese otro villano ochentero heredero de Michael Myers y al que le gustaba asolar a parejas que tenían sexo, jóvenes alcoholizados o drogados (vaya, no me había dado cuenta: no era un sicópata inmortal, sino un paladín de la moralidad).



Bueno, ahora anuncian que la cosa sigue, que Freddy vuelve, aunque ya no será el mismo. Robert Englund, quien encarnó al asesino en ocho entregas para el cine, ya no será de la partida. En su reemplazo se habla de Billy Bob Thornton, un actor de más carácter que aquí descendería a los laberínticos precipicios del cine de terror hecho en sagas (sería como ver el día de mañana a Al Pacino encarnando a Michael Myers, sin sacarse la máscara toda la película).

Lo que sí me da miedo es que detrás del proyecto está Michael Bay, productor que ha perpetrado algunas de los peores éxitos de taquilla del cine (que contradictorio, no?), como “Armaggedon” o “Pearl Harbor” (películas realmente infumables que, por extrañas circunstancias, arrasaron en su paso por cines).

En los últimos años se ha ido acercando al terror, impulsando una serie de remakes de filmes típicamente setenteros y ochentenos: “La masacre de texas” y “Horror en Amytiville”. De hecho, no sólo por estos días está abocado a impulsar el regreso de Krueger. En su carpeta también figuran los remakes de “Los pájaros” y “Martes 13” (“Viernes 13” en otros países).


La cinta, por lo que se ha publicado, sería una suerte de precuela, contando el origen de Freddy. La leyenda dice que Freddy Krueger nació producto de una violación y que, en su infancia, fue abusado y discriminado, transformándose con el tiempo en un peligroso psicótico. Ya adulto, se convirtió en un asesino de niños que luego de ser encarcelado por sus crímenes, fue dejado en libertad por un error. Enterados los padres del vecindario, decidieron hacer justicia por su propia mano y no se les ocurrió nada mejor que quemarlo vivo. Claro que Krueger no murió en silencio, sino que lo hizo profiriendo una demoníaca amenaza: que desde entonces habitaría el terreno de los sueños, donde se mueve como si se tratara del mundo real, de los descendientes de las personas que lo mandaron a la hoguera.

Lo único que me tranquiliza medianamente, es que entre los nombre de directores que se especulan para que se hagan cargo de esta nueva “Pesadilla en Elm Street”, está él de John McNaughton, un director que no posee una gran filmografía (salvo por títulos como “Perro Bravo y Gloria” o “Criaturas salvajes”), pero que por el sólo hecho de haber ideado “Henry, retrato de un asesino” se merece todo mi respeto y ahora, impacientemente, nuevo epicentro de mis próximas pesadillas.

miércoles, 6 de agosto de 2008

La rata humana



Centímetros más bajo escribí que los zombies me han fascinado desde siempre, quizá tanto como las películas sobre insectos invasores, plagas o seres mutantes por culpa de alguna extraña radiación (léase hormigas asesinas, abejas, tarántulas y todo tipo de bichos). Eso de que algo diminuto, aparentemente inofensivo, te ponga en jaque y te pueda aniquilar, es realmente pesadillesco. Por eso encontrar una película que una zombies y ratones, me parece algo totalmente espeluznante.

La cosa se llama "Mulberry Street", una película pequeña, muy menor, que forma parte de una sugerente colección titulada "8 films to die for", que recopila en DVD los mejores títulos de un festival de cine dedicado al horror llamado After Dark Horrorfest.

La historia es así: estamos en Nueva York, en un barrio muy antiguo, donde las ratas hacen nata. Precisamente algo comienza a pasar con ellas, están cambiando, están mutando. Portadoras de un virus que jamás se identifica (las buenas películas sobre zombies jamás entregan antecedentes o dan explicaciones sobre el origen del mal que ataca a los humanos), empiezan a hacer de las suyas, denotando una agresividad desconocida, un no miedo a los humanos que da susto (en realidad no dejaron de respetar hace tiempo, al igual que otras especies y alimañas).



Todo parte en el metro (un espacio subterráneo ideal para dar vida a nuestros miedos, como antes lo hizo Guillermo del Toro en la fallida "Mimic"), en una suma de sucesos que estética y dramáticamente nos conectan con títulos como "28 días". Pero pronto el director Jim Mickle le da personalidad propia, centrando su atención en un derruido edificio habitado por una serie de seres marginales dentro de una urbe aparentemente moderna: ancianos, gays, desempleados, parejas disfuncionales.

Se trata de una galería de personajes que están ahí, viven y respiran cerca de grandes edificios y corporaciones, que tienen las mismas necesidades que el resto, pero que en el fondo a nadie le importan. Están más abajo de las ratas en la cadena alimenticia, en realidad son zombies sin saberlo y este virus sólo viene a hacer tangible lo evidente.

Punto aparte, es que todo ocurre bajo un clima que hace sospechar de un nuevo atentado terrorista tipo Torres Gemelas, despertando otra vez los temores de los estadounidenses ante el extranjero, el extraño, el diferente. Pero esta vez el enemigo es interno, viene de las profundidades, de su propia basura y podredumbre humana.



Lo que parte en el centro de la ciudad pronto se comienza a multiplicar, a expandir por todas partes. Pero esta vez los zombies no son simples muertos vivientes, sino que son una extraña cruza entre humanos y ratas ("La rata humana" se viene rápido a la mente, sobre todo por ese enano que incluso vino a Chile y terminó trabajando en un circo). No sé sin dan miedo, pero sin dudad inquieta pensar en un no muerto que escarba la puerta, que puede trepar por un ducto de ventilación o una chimenea. Algo que puede esconderse en cualquier parte o entrar por cualquier agujero.

Hasta hace poco los zombies, como los concibió George Romero, era lentos y torpes. Unos seres que era fácil de superar o tumbar, a menos que nos superaran en número o nos agarraran desprevenidos. El cambio lo produjo "28 días", como esos tipos capaces de correr y cazarnos sin descanso, moviéndose frenéticamente. Algo que poco a poco se ha convertido en norma cinematográfica.



Lo otro que ofrece esta película es algo que ya venía insinuando Romero desde "El día de los muertos": los zombies también sufren. Es decir, que son capaces de conservar algunos recuerdos, emociones y repetir sus viejas rutinas. En esa película del padre de los no muertos, un zombie mascota que había sido militar confirmaba que todavía era capaz de ejecutar algunos ejercicios de su antigua vida: hacer el saludo marcial con la mano, establecer vínculos o hasta empuñar una pistola. En "Tierra de los muertos" incluso reivindican su derecho a vivir a su manera, rememorando tristemente lo que hacían antes de terminar así.

Aquí entregan otra dosis de tierna humanidad, confirmando que todos, los marginados, los replicantes y hasta los zombies, tienen finalmente su corazoncito.