viernes, 1 de marzo de 2013

Mi vida como zombie (durante siete días)


Han pasado varios años desde mi última entrada. Entremedio se bloqueó mi cuenta, el tiempo se me vino encima, tuve gripe porcina y me perdí. Pero no quiero aburrir, aunque sí contar que lo de la gripe porcina fue lo más cercano a sentirme un muerto viviente, un paria, un ser temible, un leproso de estos tiempos. En suma, un zombie.


Caí justo cuando la gripe arreció más fuerte, cuando las autoridades sanitarias y gubernamentales de varios países -probablemente alimentadas por el imaginario colectivo y financiadas, seguramente, por los laboratorios- convirtieron a esta sepa, A (H1N1), en el peor monstruo moderno, en la mayor amenaza para la humanidad desde la peste negra o el Sida.


Fueron días confusos, con gente temiendo que el otro respirara encima; huyendo de la tos del otro; con gente enmascarada; con personas limpiándose las manos por el simple hecho de tocar a otro. Películas como "Ceguera" (Blindness), de Fernando Meirelles, o  "Contagio" (Contagion), de Steven Soderbergh, se me hicieron muy reales, con sus historias de personas comunes y corrientes enfrentadas a un abrupto apocalipsis generado por una pandemia de niveles universales. Era cosa de tiempo, de seguir generando pánico por los medios, para que se desatara el caos total, para que la gente se desesperara y, como ocurre en "The walking dead" (otro día hablaré de este excelente comic y serie de TV), la gente demostrara lo pero de sí, ese animal desesperado que llevamos dentro y que explota en ocasiones como esta, mostrándonos salvajes, egoístas, en unos verdaderos depredadores listos para arrebatarle al otro lo que no tenemos.


Experimenté en carne propia el rechazo, el miedo a mi sombra, a mi cercanía y hasta a mi simple respiración. Nadie quería acercarse y menos tocarme. Tras ser diagnosticado, me aislaron en una habitación por siete días, sin contacto físico con nadie. Ni mi familia se quería acercar Alimentado a la distancia: me dejaban una bandeja a la entrada de mi pieza, todo con guantes y mucha protección. A la espera, quizá, de mi transformación total, de mi conversión en otro, en aquel distinto, en ese al cual tememos, capaz de convertir al resto en algo similar o hasta peor.


Lo más triste de todo, a parte de decir que tuve gripe porcina -que nombre menos decoroso, al menos se podría llamar gripe moral, pandemia total, zombie peste o qué se yo-, es que tras siete días de reposo, de tomar Tamiflu, de sentirse muy mal -el cuerpo se sentía cansado ya adolorido, no tenía ganas de nada, ni de comer, con escalofríos y fiebre alta los primeros días-, todo pasaba como si nada. Al séptimo día (qué bíblico) te habían levantarte, ventilar la habitación que habías ocupado y, sin ninguna consideración especial, ponerte a trabajar como si nada. Habías sobrevivido y nadie te daba un abrazo o menos una medalla. Fuí un zombie por siete días y nadie, finalmente, le importó. Eso hasta que otra pandemia ataque el mundo y otra vez se desate el  miedo, el caos total.

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