martes, 7 de octubre de 2008
El ataque de los nazis zombies
Como ya saben, las películas de zombies me matan desde niño: son una adicción imparable que hasta el día de hoy me crispa, me hace desconfiar del tipo que va durmiendo al lado de uno en el metro o en un bus, me obliga a mirar -siempre que entro a un lugar- las posibles rutas de escapes y lugares más seguros en caso de que una plaga se haga caer por la ciudad.
Suena a paranoia, pero qué no es paranoico actualmente. Prefiero eso que andar pensando que me pueden asaltar, atropellar o terminar aplastado por una grúa de un edificio en construcción (ese es otro temor habitual y muy recurrente, el de la muerte anónima y accidental).
Bueno, el asunto es que esta semana me topé con una película que une dos cosas que me siempre me han despertado interés: zombies y nazis. Imaginar todo un destacamento de SS caminando con la mirada pérdida, hambrientos pero imparables, a mi gusto, suena aterrador.
Es una imagen realmente terrorífica que además está bañada de connotaciones sociales y políticas, por la carga que la historia ha otorgado a la imaginería nazi y, ante todo, a su lado más esotérico y ocultista, sobre todo aquello de la creación del superhombre y de los supuestos experimentos e investigaciones que habría mandado a hacer Hitler a través del mundo, en su búsqueda de artefactos y antecedentes que ampararan su idea del nuevo hombre y sociedad (si no pregúntenle a Miguel Serrano).
La cinta es cuestión se llama "Outpost" (2008), un filme menor, de bajo presupuesto, dirigido por Steve Barker y estrenado directo en DVD. La trama presenta a un hombre que recluta a un grupo de ex militares, casi mercenarios, en Europa del Este, para ir busca de un extraño artefacto. Así llegan hasta un bunker de la Segunda Guerra Mundial, abandonado y detenido en el tiempo.
En su interior hay banderas nazis, cascos, equipos de radio y hasta platos, que parecen recién abandonados. En una habitación se topan con un montón de cuerpos desnudos, pálidos y desnutridos, casi como la peor imagen de un campo de exterminio. Entre todo el lote humano (si que es hay humanidad en toda esa podredumbre), descubren a un hombre vivo o al menos que respira, con la mirada perdida y sin reflejos.
Ese es el punto de partida de una trama que con los minutos se va tornando cada vez más oscura, que bajo tierra tiene sus mejores momentos, aunque al mismo tiempo se debilita por los constantes tiempos muertos y por convertir a los zombies en seres fantasmagóricos, como si eso fuera necesario para aumentar la tensión o el terror.
Pero para ser sinceros, "Outpost" no es la primera ni la última cinta en reunir zombies y nazis. De 1977 data la película "Shock waves", un filme dirigido por Ken Wiederhorn que pone en pantalla a una unidad de nazis zombies de elite que, tras despertar de un largo sueño en las profundidades del mar, comienzan a atacar a unos turistas que han osado veranear cerca de ellos.
Pero ver nazis saliendo del agua con sus uniformes perfectos y una grandes gafas tipo motoristas, no es la única gracia. En la isla está Peter Cushing, un ex oficial SS que tiene mucho que decir sobre este misterio, y sobre el agua, en un barco junto a los turistas, un viejo John Carradine.
Lo mejor, en todo caso, está al comienzo, con una leyenda que contextualiza la trama como si se tratara de un registro histórico:
"Poco antes de la Segunda Guerra Mundial el alto mando alemán comenzó una investigación secreta sobre los poderes sobrenaturales. Antiguas leyendas hablan de una raza de guerreros que no utilizaban armas ni escudos y cuyo poder sobrenatural provenía de la misma tierra. Mientras Alemania se preparaba para la guerra, las SS ataron secretamente a un grupo de científicos para crear un soldado invencible. Se sabe que los cuerpos de los soldados muertos en batalla se enviaban a un laboratorio secreto cerca de Koblein donde los utilizaban en una amplia variedad de experimentos científicos. Se rumoreaba que hacia finales de la guerra las fuerzas aliadas encontraron escuadrones alemanes que luchaban sin armas, matando simplemente con sus manos. Nadie sabe quiénes eran ni qué fue de ellos, pero una cosa es cierta, de todas las unidades de las SS sólo hubo una en la que ninguno de sus miembros fue capturado por los Aliados..."
Bueno, "Shock waves" pone en pantalla los mejores sueños de Miguel Serrano, la confirmación de que el súperhombre es posible, que Hitler dio con la clave mucho antes que Craneo Rojo o Hellboy empezaran a hacer de las suyas.
PD: Si alguien quiere ir más allá, puede buscar información de "El lago de los muertos vivientes" (1981), de Jean Rollin, en un registro muy similar a "Shock waves" pero en clave erótica, y "Dead snow", una cinta noruega de estreno para el 2009, que ubica a unos turistas que viajan hasta las montañas para esquiar, pero se terminan topando con unos zombies nazis. Esta última, al menos por producción, promete.
lunes, 25 de agosto de 2008
Uno, dos, ya viene por ti
Uno de los grandes temores a la hora de dormir, es no despertar jamás, de morir en pleno sueño y no precisamente de la manera más plácida. Yo, desde pequeño, tuve ese temor, de ser devorado por el cansancio, por la noche y sus infinitos espectros.
Ya dije que “Salem’s Lot” es uno de los culpables de mis noches de insomnio, pero hubo otros seres que ayudaron a que las noches fueran más largas de lo habitual o, al menos, algo más amenazantes.
Uno de esos es Freddy Krueger, el demonio del sueño por excelencia, un ser maldito y malvado que habita en nuestros sueños, convirtiéndolos en terribles pesadillas (una versión cartonesca del monstruo bajo la cama, del monstruo del armario y todos sus clones).
Dirán que siempre fue algo burdo y demasiado irónico para parecer real, pero esa musiquita infantil que lo acompañaba hasta el día de hoy me asusta de verdad.
Uno, dos, Ya viene por ti
Tres, cuatro, cierra bien la puerta
Cinco, seis, toma el crucifijo
Siete, ocho, no duermas aún
Nueve, diez, nunca dormirás
Uno, dos, canta a viva voz
Tres, cuatro, el hombre del saco
cinco, seis, decid lo que veis
Siete, ocho, cómete un bizcocho
Nueve, diez, ¿dónde está Fred?
Uno, dos, Freddy viene por todos
Tres, cuatro ponle llave a tu cuarto
Cinco, seis, un crucifico llevareis
Siete, ocho, a desvelarse un poco
Nueve, diez, nunca dormirás otra vez
Si eso no da susto, creo que nada lo da.
Bueno, el asunto que esa cancioncita anticipaba la irrupción de Freddy, con su viejo sombrero, su sweter de rayas negras y rojas y su enorme garra, que ya se la quisiera el Joven Manos de Tijeras en sus días más malos. Un villano, al menos estéticamente, de antología, que supo asustar y a la vez imponer una moda (desde entonces llevó rojo y negro).
La saga, ideada originalmente por Wes Craven (el mismo de “Scream”), fue bastante irregular, con momentos buenos y otros horribles (la mayoría). El comienzo, haciendo charqui a un jovencísimo Johnny Depp (en su primera película para el cine), prometía. Craven luego la dejó en manos de otros perpetradores, hasta que volvió en los 90 a poner orden con una película que proponía, como "Scream", hablar de cine dentro del cine, con todos los actores interpretándose a sí mismos, descubriendo que en realidad este malvado individuo era insuflado de vida cada vez que el realizador (el mismo Craven) comenzaba a escribir un guión (metafísica elevada a su última expresión).
También está esa entrega que incluía unos efectos 3D a la antigua (se trataba de "La muerte de Freddy, que vendría a ser la sexta entrega), cuando los lentes eran de cartón y en vez de cristales, como ahora, venían unos celofanes de colores pero muy rascas (ordinarios, de mala calidad, etc.). Hasta tuvo un encuentro cercano con Jason Vorhees, ese otro villano ochentero heredero de Michael Myers y al que le gustaba asolar a parejas que tenían sexo, jóvenes alcoholizados o drogados (vaya, no me había dado cuenta: no era un sicópata inmortal, sino un paladín de la moralidad).
Bueno, ahora anuncian que la cosa sigue, que Freddy vuelve, aunque ya no será el mismo. Robert Englund, quien encarnó al asesino en ocho entregas para el cine, ya no será de la partida. En su reemplazo se habla de Billy Bob Thornton, un actor de más carácter que aquí descendería a los laberínticos precipicios del cine de terror hecho en sagas (sería como ver el día de mañana a Al Pacino encarnando a Michael Myers, sin sacarse la máscara toda la película).
Lo que sí me da miedo es que detrás del proyecto está Michael Bay, productor que ha perpetrado algunas de los peores éxitos de taquilla del cine (que contradictorio, no?), como “Armaggedon” o “Pearl Harbor” (películas realmente infumables que, por extrañas circunstancias, arrasaron en su paso por cines).
En los últimos años se ha ido acercando al terror, impulsando una serie de remakes de filmes típicamente setenteros y ochentenos: “La masacre de texas” y “Horror en Amytiville”. De hecho, no sólo por estos días está abocado a impulsar el regreso de Krueger. En su carpeta también figuran los remakes de “Los pájaros” y “Martes 13” (“Viernes 13” en otros países).
La cinta, por lo que se ha publicado, sería una suerte de precuela, contando el origen de Freddy. La leyenda dice que Freddy Krueger nació producto de una violación y que, en su infancia, fue abusado y discriminado, transformándose con el tiempo en un peligroso psicótico. Ya adulto, se convirtió en un asesino de niños que luego de ser encarcelado por sus crímenes, fue dejado en libertad por un error. Enterados los padres del vecindario, decidieron hacer justicia por su propia mano y no se les ocurrió nada mejor que quemarlo vivo. Claro que Krueger no murió en silencio, sino que lo hizo profiriendo una demoníaca amenaza: que desde entonces habitaría el terreno de los sueños, donde se mueve como si se tratara del mundo real, de los descendientes de las personas que lo mandaron a la hoguera.
Lo único que me tranquiliza medianamente, es que entre los nombre de directores que se especulan para que se hagan cargo de esta nueva “Pesadilla en Elm Street”, está él de John McNaughton, un director que no posee una gran filmografía (salvo por títulos como “Perro Bravo y Gloria” o “Criaturas salvajes”), pero que por el sólo hecho de haber ideado “Henry, retrato de un asesino” se merece todo mi respeto y ahora, impacientemente, nuevo epicentro de mis próximas pesadillas.
miércoles, 6 de agosto de 2008
La rata humana
La cosa se llama "Mulberry Street", una película pequeña, muy menor, que forma parte de una sugerente colección titulada "8 films to die for", que recopila en DVD los mejores títulos de un festival de cine dedicado al horror llamado After Dark Horrorfest.
La historia es así: estamos en Nueva York, en un barrio muy antiguo, donde las ratas hacen nata. Precisamente algo comienza a pasar con ellas, están cambiando, están mutando. Portadoras de un virus que jamás se identifica (las buenas películas sobre zombies jamás entregan antecedentes o dan explicaciones sobre el origen del mal que ataca a los humanos), empiezan a hacer de las suyas, denotando una agresividad desconocida, un no miedo a los humanos que da susto (en realidad no dejaron de respetar hace tiempo, al igual que otras especies y alimañas).
Todo parte en el metro (un espacio subterráneo ideal para dar vida a nuestros miedos, como antes lo hizo Guillermo del Toro en la fallida "Mimic"), en una suma de sucesos que estética y dramáticamente nos conectan con títulos como "28 días". Pero pronto el director Jim Mickle le da personalidad propia, centrando su atención en un derruido edificio habitado por una serie de seres marginales dentro de una urbe aparentemente moderna: ancianos, gays, desempleados, parejas disfuncionales.
Se trata de una galería de personajes que están ahí, viven y respiran cerca de grandes edificios y corporaciones, que tienen las mismas necesidades que el resto, pero que en el fondo a nadie le importan. Están más abajo de las ratas en la cadena alimenticia, en realidad son zombies sin saberlo y este virus sólo viene a hacer tangible lo evidente.
Punto aparte, es que todo ocurre bajo un clima que hace sospechar de un nuevo atentado terrorista tipo Torres Gemelas, despertando otra vez los temores de los estadounidenses ante el extranjero, el extraño, el diferente. Pero esta vez el enemigo es interno, viene de las profundidades, de su propia basura y podredumbre humana.
Lo que parte en el centro de la ciudad pronto se comienza a multiplicar, a expandir por todas partes. Pero esta vez los zombies no son simples muertos vivientes, sino que son una extraña cruza entre humanos y ratas ("La rata humana" se viene rápido a la mente, sobre todo por ese enano que incluso vino a Chile y terminó trabajando en un circo). No sé sin dan miedo, pero sin dudad inquieta pensar en un no muerto que escarba la puerta, que puede trepar por un ducto de ventilación o una chimenea. Algo que puede esconderse en cualquier parte o entrar por cualquier agujero.
Hasta hace poco los zombies, como los concibió George Romero, era lentos y torpes. Unos seres que era fácil de superar o tumbar, a menos que nos superaran en número o nos agarraran desprevenidos. El cambio lo produjo "28 días", como esos tipos capaces de correr y cazarnos sin descanso, moviéndose frenéticamente. Algo que poco a poco se ha convertido en norma cinematográfica.
Lo otro que ofrece esta película es algo que ya venía insinuando Romero desde "El día de los muertos": los zombies también sufren. Es decir, que son capaces de conservar algunos recuerdos, emociones y repetir sus viejas rutinas. En esa película del padre de los no muertos, un zombie mascota que había sido militar confirmaba que todavía era capaz de ejecutar algunos ejercicios de su antigua vida: hacer el saludo marcial con la mano, establecer vínculos o hasta empuñar una pistola. En "Tierra de los muertos" incluso reivindican su derecho a vivir a su manera, rememorando tristemente lo que hacían antes de terminar así.
Aquí entregan otra dosis de tierna humanidad, confirmando que todos, los marginados, los replicantes y hasta los zombies, tienen finalmente su corazoncito.
viernes, 11 de julio de 2008
Me lo dijo Chris Carter
Recién había televisión por cable en mi casa, era toda una novedad ver todos los días películas subtituladas sin necesidad de arrendar. Una tarde, un sábado recuerdo, sintonicé Venevisión (entonces un operador llamado Mundo Cable, que luego fue succionado por Metrópolis, que su vez fue succionado por Intercom que, a su vez, fue succionado por VTR, en un caso de vampirismo coorporativo-televisivo, lo tenía en su parrilla programática) y ahí estaba un tipo con cara de simpático, pero triste, en un bosque y a su lado una mujer no necesariamente bella, pero profundamente atractiva llamada Scully.
Entonces no sabía que tenía al frente, pero me enganchó. No sabía que era fenómeno en Estados Unidos ni nada, simplemente la disfruté como se hacía con la televisión antes: capítulo a capítulo, sin el apuro obsesivo de ahora de conseguirse toda la temporada de una sola vez, para ojalá verla en sólo dos días y llegar, al otro día, a la universidad o al trabajo, comentándola, en una carrera idiota que nos ha hecho perder el verdadero disfrute y sentido de la cosas (cuando éramos capacer de mantener el suspenso por siete días y nadie se preocupaba de extras, sonido 5.1, pantalla widescreen, palabras como quemar un cd o bajar un archivo).
Esa emoción de la primera vez se me había olvidado, hasta ayer cuando, el mismo día de Batman, tuvo un encuentro cercano con el mismísimo Chris Carter. Sí, el hombre detrás de X Files, el culpable de muchos desvelos y del hecho de sospechar hasta de mi propia sombra (como Peter Pan).
¿Qué puedo decir de él? Un tipo realmente ajeno a lo que uno podría imaginar (tomando en cuenta la serie que creo), más parecido a un músico de los Beach Boys que un gurú de lo paranormal, hombrecitos verdes y conspiraciones gubernamentales.
No llegó rodeado de una nube de misterio a lo Carlos Pinto (ese sí que es un tipo realmente paranormal con su barba de dos pelos y su humo de utilería barata). Con su look perfectamente bronceado y pelo cano, más parecía dispuesto a ir a un centro de ski que a una convención de fans. De hecho arribó preguntando por las viñas y los mariscos, además de conmocionar a todos diciendo que esta era la segunda vez que visitaba el país: antes, hace cinco años, vino a surfear y nadie, absolutamente nadie, lo reconoció.
Esta vez fue distinto: llegó traído por los fans, con bombos y platillos, con una agenda intensa para hablar con la prensa de todo el continente y contar de qué trata la nueva película que se estrena el 24 de julio. Debajo del brazo trajo un clip de apenas un par de minutos, con imágenes inéditas del filme, un pequeña escena con David Duchovny y Gilliam Anderson en la nieve (la película se rodó en pleno invierno en Canadá y Carter confesó que todavía sentía los pies con hipotermia).
"Mulder, para", dice una frustrada Dana Scully mientras su compañero sigue con lo suyo, detrás de un predicador que le dice que ve cosas en la nieve. "Está bien; entonces, siéntete libre de rendirte como todos los demás", responde él. "Este ya no es mi trabajo", le recuerda ella y le refriega que sigue buscando a Samantha. "Ella ya está muerta", agrega el agente, adelantando una relación tirante
Aunque la idea era saber más de la cinta, fiel a su estilo y la estrategia de la nueva película con Mulder y Scully, Carter no adelantó mucho de "Los expedientes secretos X: Quiero creer". A penas contó que la historia transcurre seis años después, como si el tiempo fuera real, como si los personajes, estos años que estuvieron sin pantalla, hubiesen seguido viviendo en otra dimensión. "Fue como traer de regreso a la vida a un muerto".
¿Por qué tanto misterio con el guión? Porque es un Archivo X, es un expediente o te parece poco. Estando acá en Chile, vi un slogan en televisión que decía menos es más. Creo que mientras menos sepan más entusiasmados van a estar. Parte de la emoción que tenía la serie, era no saber nada", relató Carter.
Su guionista Frank Spotnitz confirmó que la cinta no tiene nada que ver con la mitología de la serie, que está pensada para atrapar a los que jamás se han conectado con ella. Es una película que explora más en la relación de Mulder y Scully, con un tal William como nexo común y con un cargado acento terrorífico, más parecido a las primeras temporadas. "Los queremos sorprender y asustar", contó.
La dupla aclaró que la serie, como tal, se acabó, que ya no habrá más Mulder y Scully en la TV, pero que si la película anda bien el plan es hacer más películas. "No me había dado cuenta cuánto extrañaba a los personajes", confesó Carter, un tipo bastante descreído que no se reconoce amante de la ciencia ficción pero que sí, de niño, seguía "Dimensión desconocida", "Galería nocturna" y "Kolchak, the night stalker".
Le echó muchas flores a "Lost" y contó que le encantaría que los fans lo apoyaran ahora en convencer a Fox para hacer una película a partir de "Millennium", una serie más oscura que "X files" pero que sólo duró tres temporadas y que, me perdonen los fans, en mucho es superior a X Files. Falto más comprensión.
Dark Knight: tiritones y escalofríos
Mi primer nexo con Batman fue cuando tenía como siete años. Estaba en el colegio y justo ese día salía de vacaciones de invierno. Mi hermano, que estudiaba en el mismo lugar, me esperó afuera con un pequeño regalo: un Batimovil, de marca Corgi, de la serie de televisión que protagonizaba Adam West. Casi 30 años después, todavía tengo ese pequeño auto, al que he sumado una gran colección de artículos, merchandising y juguetes relacionados. Pero ante todo muchos recuerdos que se conectan con toda mi vida.
Bueno, ayer viví otro. Al fin vi, en un adelanto exclusivo, "Batman, el caballero de la noche" ("Dark Knight"), y qué puedo decir sin matar el suspenso (spoiler le dicen ahora a algo que era más simple): que es brutal, salvaje, violenta y hasta sádica. Más un policial negro, con atisbos esquizofrénicos, que una película de superhéroes. Una cinta para ver otra vez, un blockbuster monumental, una superproducción que, bajo la capa del comic, cruza géneros y redefine muchas cosas.
Me dirán qué tiene que ver esta película aquí, en un blog que se llama Horas de Espanto. Bueno, este Batman, el que viene perfilando Christopher Nolan desde "Batman inicia", efectivamente asusta, da miedo y estremece (y no sólo porque el coprotagonista está muerto, lo que sin duda pone la piel de gallina).
Ya lo había hecho el director de "Memento" en la primera cinta que dirigió, con un Christian Bale que daba escalofríos sobrevolando Ciudad Gótica mientras reinaba, literalmente, el miedo y lo volvió hacer, pero cruzando nuevos límites que dejan a todas las demás películas inspiradas en comics (salvo el Hulk de Ang Lee) convertidas en un espectáculo de matiné, de hombrecitos con superpoderes enfundados en exóticos y colorinches calzoncillos (como dice Hancock, en lo mejor de esa cinta, "maricón de verde", "maricón de azul").
Este nuevo Batman es de verdad, deja de lado el oscurantismo gótico de Burton y la colorinche parafernalia gay de Schumacher por un realismo crudo. Una vez más Nolan cruza barreras y redefine las posibilidades del cine, demostrando que las películas inspiradas en comic son más que un espectáculo de niños. De hecho, dudaría mucho en llevar a un hijo o sobrino (no me gustaría sentirme culpable de sus pesadillas).
Y lo hace con casi dos horas y media de metraje, con un espectáculo que pinta para agotador pero que no lo es. Eso a pesar que parece terminar unas tres veces, pero el director se las arregla para enganchar al público otra vez y volver a empezar.
"Batman inicia" me gustó, en realidad me encantó. Que me perdone Tim Burton, ya que creo que superó a sus dos encapotados. Pero "Dark Knight" es otra cosa, aunque no sé si superior a la cinta anterior (y ojo que soy un fans confeso del encapotado negro, de esos que se han preocupado de ver absolutamente todos, desde lo primeros seriales hasta esa aventura animada que lo tiene junto a Scooby Doo... que miedo).
La película tiene un comienzo de filme policial, a lo más "Fuego contra fuego", con asalto a banco y pistoleros incluidos. Hasta que aparece Ledger y la piel se pone de gallina: ahí está el jovencito de las calcetineras confirmando que era un grande, capaz, incluso, de eclipsar al mismísimo Jack Nicholson. Su joker no actúa por venganza (como su colega), sino porque realmente ama el caos y la anarquía, disfruta haciendo daño y matando. Es un síntoma de una enfermedad llamada mayor llamada Batman, otro freak que ha decidido llegar a la ciudad.
A partir de ahí todo se empieza a descomponer. La armonía que había supuesto la irrupción de Batman, se triza. Se acaba el espejismo y Ciudad Gótica se descubre tal cual es: una urbe corrompida, un lugar dominado por el miedo y el egoísmo, donde se sobrevive a duras penas, y donde los héroes están a un paso de convertirse en villanos. Si no pregúntenle a Aaron Eckhart, actor que de un plumazo deja en el olvido al Harvey Dent desfigurado de Tommy Lee Jones.
Pero no cuento más, porque hay que verla. Es obligatorio.
domingo, 22 de junio de 2008
Mi primera pesadilla
No tenía más de diez años cuando un día, en los 80, TVN transmitió una producción para la televisión llamada “La hora del vampiro” (1979). Hasta entonces poco y nada sabía de Stephen King o de Tobe Hooper, pero la suma de pesadillas que me desataron desde entonces me dejó un recuerdo imborrable.
Era la segunda novela de King (tras “Carrie”, de Brian de Palma) y probablemente la mejor hasta ahora, en tanto para Hooper era una de sus primera películas después de “El loco de la motosierra” (también llamada “La matanza de Texas”), a la que luego seguirían títulos más consagratorios como “Postergeist” o el remake de “Invasores de Marte”.
Como casi todo en esa época sin televisión por cable (no había más alternativas), el canal 7 se las arregló para emitirla por capítulos cada domingo en la noche, en una cita que se hizo inevitable, casi adictiva, aunque terrible.
En esa época nadie se andaba ocupando de qué podían ver los niños, pensando en los efectos sicológicos. Era la película del domingo en la noche, un asunto casi obligatorio, el tema de conversación de los lunes y uno, evidentemente, no podía quedar a ajeno. Así que había que verla y listo.
Y así fue que entré a un mundo hasta entonces desconocido, a un mundo de sombras y nieblas, de pesadillas y vampiros de aspecto cadavérico que hicieron que nunca más pudiera dormir de la misma manera.
Para el que no la recuerda bien la miniserie (lo dudo) o recién se entera de ella, bueno así va la trama: el novelista Ben Mears (David Soul, Hutch de la serie “Starky & Hutch”) retorna a su pueblo natal, Salem Lot, uno de esos típicos lugares de la llamada América profunda, donde todo parece desarrollarse con gran calma, pero que en fondo ocultan todos los pecados del mundo, un pequeño infierno en la Tierra que está maldito desde el día de su fundación.
Mears, que vivió ahí hasta los once años, regresa con el plan de buscar inspiración para escribir su nueva novela, en particular para indagar sobre una sombría mansión, la casa Marsten, que está situada en lo alto del pueblo, de la cual el escritor tiene fantasmagóricos recuerdos.
Sin embargo, al llegar se entera que la casa tiene nuevos moradores: Richard Straker (James Mason) la ha comprado preparando la llegada al pueblo de su socio, el enigmático señor Barlow (Reggie Nalder), un supuesto anticuario que ha escogido Salem Lot como centro de operaciones.
La llegada de Barlow coincidirá con la desaparición de un niño, dando inicio a una espiral de extraños y terrible sucesos que Hooper sabe manejar muy bien, refundiendo y revitalizando el mito de Drácula en otro contexto, en la que ya no se trata del vampiro elegante y amanerado, sino uno repulsivo y cadavérico, más cerca del Nosferatu de Murnau que de la imagen que transmitió en el cine Bela Lugosi, de la mano de Tod Browning.
A mi, en lo personal, la cinta (que tuvo versión para cines y para televisión) fue motivo de pesadillas, partiendo por ese golpeteo en la ventana, cuando el niño perdido, ya convertido en vampiro, aparece afuera de la habitación de su hermano, levitando y pidiéndole entrar. Obviamente, no para conversar con él, sino para morderlo. Después, el otro niño,ya convertido por su hermano, iría tras el joven Mark Petrie (Lance Kerwin, que en la cinta es un amante del cine de terror), con un atemorizante susurro:
"Abre la ventana Mark, déjame entrar. No tengas miedo, soy tu amigo. Él lo manda".
Yo me volví a reencontrar con ella gracias al DVD (no confundir con el remake de 2004 protagonizado por Rob Lowe), en una edición zona 1 que encontré con subtítulos en castellano. Me gustaría toparme con la que escuché originalmente, con audio latino, para poder revivir esos primeros miedos. En todo caso, puedo confirmar que, casi 27 años después de verla por primera vez, volví a asustarme o, al menos, a recordar esas viejas pesadillas y el motivo que, hasta el día de hoy duerma tapado hasta el cuello, con la ventana bien cerrada y mirando hacia afuera.
viernes, 6 de junio de 2008
Doña Flor y los zombies
No sé que año fue exactamente, pero fue sin duda a comienzos de los 80. Yo todavía estaba en el colegio, estudiando en básica. Mi madre, una cinéfila consumada (aunque de musicales, películas románticas y a todo lo que tuviese olor a Frank Sinatra), me invitó al cine. Estábamos en el Quisco, un balneario en ese entonces familiar que tenía bosques, pequeñas casas y mucha tranquilidad. Algo de lo cual hoy sólo queda el recuerdo.
La oferta era un programa doble: "Doña flor y sus dos maridos", que la vi con incómodo interés, y "El amanecer de los zombies" ("Dawn of the dead", 1978), segunda película de George Romero sobre zombies, luego de la magistral "La noche de los muertos vivos". Hasta entonces, con cerca de diez años, poco y nada sabía de este tipo de películas, de Romero y de zombies. Fue un descubrimiento triple, un encantamiento automático que hasta el día de hoy se mantiene intacto.
Bastó que empezara la cinta, con ese desorden en el estudio de televisión para que comenzara a intuir que algo importante iba a pasar. La precariedad del cine, con unas butacas derruidas (muchas eran simples sillas) y una imagen bastante sucia, no impidió que fuera una noche notable. Esa misma precariedad le agregó un tufillo terrorífico, al que se´sumó que era invierno (vacaciones de invierno en la playa) y que afuera era de noche y había neblina.
La trama va así: la histeria está desatada, los zombies se están apoderando del mundo y los sobrevivientes intentan salvar su pellejo a cualquier costo. En ese ambiente dos trabajadores de una cadena de televisión y dos policías toman un helicóptero, buscando un lugar donde encontrar refugio. Después de algunas horas de vuelo, deciden aterrizar en la azotea de un gigantesco centro comercial, lugar en el que encuentran todo lo que todo ser humano normal necesita para vivir sin sobresaltos (¡qué horror!).
El lugar está infectado de zombies, de no muertos que vagan por el lugar tal vez como el último indicio de humanidad que les queda, repitiendo uno de los actos más cotidianos que hacían: ir a vitrinear.
Armados de algunas pistolas y mucha astucia, el grupo de sobrevivientes logran limpiar el lugar y establecerse ahí a todas sus anchas: con comida, ropa y diversión sin límite. En otras palabras, el sueño americano hecho realidad. Eso hasta que otro grupo de sobrevivientes descubre el pequeño paraíso e interviene, desatando el infierno.
Una mezcla de claustrofobia, miedo y crítica social -tan propio de Romero-, en una película esencial que hace unos años tuvo su respectivo remake, a cargo del director de "300", Zack Snyder, que tampoco estuvo mal (que no me escuche Romero, pero en realidad en varios pasajes supera al original).
Como en casi todas las buenas películas de terror, Romero no pierde el tiempo explicando el origen de la epidemia (el terror que asusta es que el no se explica). Lo de él es directo, muchas veces visceral y cargado de ironía. Para mi, con entonces jóvenes 10 años o 12 años, me impactó, marcando para siempre.
Recuerdo que ese día, al regresar a casa, mi madre y yo debíamos caminar como tres kilómetros, por una costanera entonces oscura y solitaria. Tengo que confesar que han sido los tres kilómetros más terroríficos de mi vida, pero a la vez los más entretenidos. Ese día comenzó mi gusto por los zombies, ya que el placer por la carne comenzó a temprana edad.
Ese cine, donde descubrí a Romero, ya no existe, como tampoco los bosques y tranquilidad de entonces. Pero curiosamente apareció una nueva casta de veraneantes que han transformado a ese balneario en un lugar sucio, inhóspito y peligroso. Sin duda, un nuevo triunfo de los zombies.
jueves, 5 de junio de 2008
¡Ya están aquí!
Hubo un tiempo en que cada vez que me topaba con alguien con cierto rictus facial, cara de sospechoso o simplemente extraño para mi, mi mirada se centraba en su dedo meñique. Objetivo final: constatar si estaba rígido, imposibilitado de doblarse en lo más mínimo. Si era así, era signo inequívoco que la persona que estaba al frente era un extraterrestre infiltrado entre nosotros, un ser de otro planeta deseoso de aniquilarnos a nuestro menor descuido. Puede sonar paranoico, pero entonces me parecía de lo más normal.
Bueno, eran los años 70, época que en Chile se sospechaba de todo y todos, tiempo en que cualquier señal distinta podía ser motivo suficiente para tildar a alguien de extraterrestre. En lo personal, para mi se trataba de un motor de pesadillas infantiles, de un escapismo ante una realidad que entonces se pintaba muy gris.
Esta semana me topé con parte de ese pasado, mejor dicho, con el origen de todas mis pesadillas. Durante una excursión al Persa del Bío Bío me reencontré con "Los invasores", serial de los años 60 protagonizado por Roy Thinnes, como el incansable David Vincent, un tipo entre paranoico y héroe que se la pasaba cada capitulo tratando de advertirle al mundo que ellos ya están aquí, entre nosotros y que planean dominarnos.
Los invasores: seres extraños de un planeta que se muere.
Destino: la Tierra.
Propósito: apoderarse de ella.
¿Cómo empezó todo? Para David Vincent empezó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo que nunca encontró. Empezó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje (...). Ahora, David Vincent, sabe que los invasores han llegado, que se han adaptado al aspecto humano. En alguna forma, debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado.", rezaba el comienzo.
La serie llegó a mis manos gracias a una edición en DVD, zona 2 (PAL), lanzada por L'Atelier, unos españoles que llevan tiempo sacando viejas películas de ciencia ficción de los 50 y que ahora hicieron lo propio con "Los invasores". Ya habían lanzado la primera tempotrada y ahora hicieron lo propio con la segunda, según anuncian en su página (http://latelier13.es/).
David Vincent los ha visto. En alguna forma debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado", decía el narrador al comienzo de cada aventura de esta suerte de Fox Mulder de bajo presupuesto y solitario, un tipo que hacía de su vida viajar de pueblo en pueblo destruyendo cada cabeza de playa extraterrestre (lugar de desembarco escogido por los
extraños).
"Los invasores" fue creada por Larry Cohen y producida por Quinn Martin, con actores como Gene Hackman, Burgess Meredith, Ralph Bellamy o Ed Begley invitados cada semana. A fines de 1967 Kent Smith (que había sido invitado en uno episodio anterior como otro personaje), se unió al reparto regular en el papel de Edgar Scoville, un empresario que cree a David Vincent y trata de formar un grupo de "creyentes". Lamentablemente esta serie quedó inconclusa.
Años más tarde Thinnes volvió a encarnar a Vincent en una miniserie titulada justamente "The invaders" (1995), que presentó a Scott Bakula como el protagonista principal (como Nolan Wood). Pero el mundo ya había cambiado y no había ánimo de creer en dedos meñiques, aunque yo, casi 30 años después, sigo mirando con desconfianza a cada persona que oculta sus manos o usa guantes, los observo cuando se muerden las uñas o cuando hacen parar un taxi. Yo sé, secretamente, que ellos ya están aquí y que es sólo cosa de tiempo para comprobarlo. Tal vez ya mutaron y lo del dedo lo corrigieron, pero pronto los descubriremos. Ojalá no sea demasiado tarde. Lo único cierto, porque lo que he visto, es cuando mueren se desintegran con rojizo resplandor...
Guía de episodios
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