domingo, 22 de junio de 2008

Mi primera pesadilla



No tenía más de diez años cuando un día, en los 80, TVN transmitió una producción para la televisión llamada “La hora del vampiro” (1979). Hasta entonces poco y nada sabía de Stephen King o de Tobe Hooper, pero la suma de pesadillas que me desataron desde entonces me dejó un recuerdo imborrable.

Era la segunda novela de King (tras “Carrie”, de Brian de Palma) y probablemente la mejor hasta ahora, en tanto para Hooper era una de sus primera películas después de “El loco de la motosierra” (también llamada “La matanza de Texas”), a la que luego seguirían títulos más consagratorios como “Postergeist” o el remake de “Invasores de Marte”.

Como casi todo en esa época sin televisión por cable (no había más alternativas), el canal 7 se las arregló para emitirla por capítulos cada domingo en la noche, en una cita que se hizo inevitable, casi adictiva, aunque terrible.

En esa época nadie se andaba ocupando de qué podían ver los niños, pensando en los efectos sicológicos. Era la película del domingo en la noche, un asunto casi obligatorio, el tema de conversación de los lunes y uno, evidentemente, no podía quedar a ajeno. Así que había que verla y listo.

Y así fue que entré a un mundo hasta entonces desconocido, a un mundo de sombras y nieblas, de pesadillas y vampiros de aspecto cadavérico que hicieron que nunca más pudiera dormir de la misma manera.


Para el que no la recuerda bien la miniserie (lo dudo) o recién se entera de ella, bueno así va la trama: el novelista Ben Mears (David Soul, Hutch de la serie “Starky & Hutch”) retorna a su pueblo natal, Salem Lot, uno de esos típicos lugares de la llamada América profunda, donde todo parece desarrollarse con gran calma, pero que en fondo ocultan todos los pecados del mundo, un pequeño infierno en la Tierra que está maldito desde el día de su fundación.


Mears, que vivió ahí hasta los once años, regresa con el plan de buscar inspiración para escribir su nueva novela, en particular para indagar sobre una sombría mansión, la casa Marsten, que está situada en lo alto del pueblo, de la cual el escritor tiene fantasmagóricos recuerdos.

Sin embargo, al llegar se entera que la casa tiene nuevos moradores: Richard Straker (James Mason) la ha comprado preparando la llegada al pueblo de su socio, el enigmático señor Barlow (Reggie Nalder), un supuesto anticuario que ha escogido Salem Lot como centro de operaciones.


La llegada de Barlow coincidirá con la desaparición de un niño, dando inicio a una espiral de extraños y terrible sucesos que Hooper sabe manejar muy bien, refundiendo y revitalizando el mito de Drácula en otro contexto, en la que ya no se trata del vampiro elegante y amanerado, sino uno repulsivo y cadavérico, más cerca del Nosferatu de Murnau que de la imagen que transmitió en el cine Bela Lugosi, de la mano de Tod Browning.


A mi, en lo personal, la cinta (que tuvo versión para cines y para televisión) fue motivo de pesadillas, partiendo por ese golpeteo en la ventana, cuando el niño perdido, ya convertido en vampiro, aparece afuera de la habitación de su hermano, levitando y pidiéndole entrar. Obviamente, no para conversar con él, sino para morderlo. Después, el otro niño,ya convertido por su hermano, iría tras el joven Mark Petrie (Lance Kerwin, que en la cinta es un amante del cine de terror), con un atemorizante susurro:

"Abre la ventana Mark, déjame entrar. No tengas miedo, soy tu amigo. Él lo manda".

Yo me volví a reencontrar con ella gracias al DVD (no confundir con el remake de 2004 protagonizado por Rob Lowe), en una edición zona 1 que encontré con subtítulos en castellano. Me gustaría toparme con la que escuché originalmente, con audio latino, para poder revivir esos primeros miedos. En todo caso, puedo confirmar que, casi 27 años después de verla por primera vez, volví a asustarme o, al menos, a recordar esas viejas pesadillas y el motivo que, hasta el día de hoy duerma tapado hasta el cuello, con la ventana bien cerrada y mirando hacia afuera.

viernes, 6 de junio de 2008

Doña Flor y los zombies





No sé que año fue exactamente, pero fue sin duda a comienzos de los 80. Yo todavía estaba en el colegio, estudiando en básica. Mi madre, una cinéfila consumada (aunque de musicales, películas románticas y a todo lo que tuviese olor a Frank Sinatra), me invitó al cine. Estábamos en el Quisco, un balneario en ese entonces familiar que tenía bosques, pequeñas casas y mucha tranquilidad. Algo de lo cual hoy sólo queda el recuerdo.

La oferta era un programa doble: "Doña flor y sus dos maridos", que la vi con incómodo interés, y "El amanecer de los zombies" ("Dawn of the dead", 1978), segunda película de George Romero sobre zombies, luego de la magistral "La noche de los muertos vivos". Hasta entonces, con cerca de diez años, poco y nada sabía de este tipo de películas, de Romero y de zombies. Fue un descubrimiento triple, un encantamiento automático que hasta el día de hoy se mantiene intacto.

Bastó que empezara la cinta, con ese desorden en el estudio de televisión para que comenzara a intuir que algo importante iba a pasar. La precariedad del cine, con unas butacas derruidas (muchas eran simples sillas) y una imagen bastante sucia, no impidió que fuera una noche notable. Esa misma precariedad le agregó un tufillo terrorífico, al que se´sumó que era invierno (vacaciones de invierno en la playa) y que afuera era de noche y había neblina.

La trama va así: la histeria está desatada, los zombies se están apoderando del mundo y los sobrevivientes intentan salvar su pellejo a cualquier costo. En ese ambiente dos trabajadores de una cadena de televisión y dos policías toman un helicóptero, buscando un lugar donde encontrar refugio. Después de algunas horas de vuelo, deciden aterrizar en la azotea de un gigantesco centro comercial, lugar en el que encuentran todo lo que todo ser humano normal necesita para vivir sin sobresaltos (¡qué horror!).



El lugar está infectado de zombies, de no muertos que vagan por el lugar tal vez como el último indicio de humanidad que les queda, repitiendo uno de los actos más cotidianos que hacían: ir a vitrinear.

Armados de algunas pistolas y mucha astucia, el grupo de sobrevivientes logran limpiar el lugar y establecerse ahí a todas sus anchas: con comida, ropa y diversión sin límite. En otras palabras, el sueño americano hecho realidad. Eso hasta que otro grupo de sobrevivientes descubre el pequeño paraíso e interviene, desatando el infierno.

Una mezcla de claustrofobia, miedo y crítica social -tan propio de Romero-, en una película esencial que hace unos años tuvo su respectivo remake, a cargo del director de "300", Zack Snyder, que tampoco estuvo mal (que no me escuche Romero, pero en realidad en varios pasajes supera al original).

Como en casi todas las buenas películas de terror, Romero no pierde el tiempo explicando el origen de la epidemia (el terror que asusta es que el no se explica). Lo de él es directo, muchas veces visceral y cargado de ironía. Para mi, con entonces jóvenes 10 años o 12 años, me impactó, marcando para siempre.



Recuerdo que ese día, al regresar a casa, mi madre y yo debíamos caminar como tres kilómetros, por una costanera entonces oscura y solitaria. Tengo que confesar que han sido los tres kilómetros más terroríficos de mi vida, pero a la vez los más entretenidos. Ese día comenzó mi gusto por los zombies, ya que el placer por la carne comenzó a temprana edad.

Ese cine, donde descubrí a Romero, ya no existe, como tampoco los bosques y tranquilidad de entonces. Pero curiosamente apareció una nueva casta de veraneantes que han transformado a ese balneario en un lugar sucio, inhóspito y peligroso. Sin duda, un nuevo triunfo de los zombies.

jueves, 5 de junio de 2008

¡Ya están aquí!



Hubo un tiempo en que cada vez que me topaba con alguien con cierto rictus facial, cara de sospechoso o simplemente extraño para mi, mi mirada se centraba en su dedo meñique. Objetivo final: constatar si estaba rígido, imposibilitado de doblarse en lo más mínimo. Si era así, era signo inequívoco que la persona que estaba al frente era un extraterrestre infiltrado entre nosotros, un ser de otro planeta deseoso de aniquilarnos a nuestro menor descuido. Puede sonar paranoico, pero entonces me parecía de lo más normal.

Bueno, eran los años 70, época que en Chile se sospechaba de todo y todos, tiempo en que cualquier señal distinta podía ser motivo suficiente para tildar a alguien de extraterrestre. En lo personal, para mi se trataba de un motor de pesadillas infantiles, de un escapismo ante una realidad que entonces se pintaba muy gris.

Esta semana me topé con parte de ese pasado, mejor dicho, con el origen de todas mis pesadillas. Durante una excursión al Persa del Bío Bío me reencontré con "Los invasores", serial de los años 60 protagonizado por Roy Thinnes, como el incansable David Vincent, un tipo entre paranoico y héroe que se la pasaba cada capitulo tratando de advertirle al mundo que ellos ya están aquí, entre nosotros y que planean dominarnos.

Los invasores: seres extraños de un planeta que se muere.
Destino: la Tierra.
Propósito: apoderarse de ella.

¿Cómo empezó todo? Para David Vincent empezó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo que nunca encontró. Empezó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje (...). Ahora, David Vincent, sabe que los invasores han llegado, que se han adaptado al aspecto humano. En alguna forma, debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado.", rezaba el comienzo.

La serie llegó a mis manos gracias a una edición en DVD, zona 2 (PAL), lanzada por L'Atelier, unos españoles que llevan tiempo sacando viejas películas de ciencia ficción de los 50 y que ahora hicieron lo propio con "Los invasores". Ya habían lanzado la primera tempotrada y ahora hicieron lo propio con la segunda, según anuncian en su página (http://latelier13.es/).





David Vincent los ha visto. En alguna forma debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado", decía el narrador al comienzo de cada aventura de esta suerte de Fox Mulder de bajo presupuesto y solitario, un tipo que hacía de su vida viajar de pueblo en pueblo destruyendo cada cabeza de playa extraterrestre (lugar de desembarco escogido por los
extraños).

"Los invasores" fue creada por Larry Cohen y producida por Quinn Martin, con actores como Gene Hackman, Burgess Meredith, Ralph Bellamy o Ed Begley invitados cada semana. A fines de 1967 Kent Smith (que había sido invitado en uno episodio anterior como otro personaje), se unió al reparto regular en el papel de Edgar Scoville, un empresario que cree a David Vincent y trata de formar un grupo de "creyentes". Lamentablemente esta serie quedó inconclusa.

Años más tarde Thinnes volvió a encarnar a Vincent en una miniserie titulada justamente "The invaders" (1995), que presentó a Scott Bakula como el protagonista principal (como Nolan Wood). Pero el mundo ya había cambiado y no había ánimo de creer en dedos meñiques, aunque yo, casi 30 años después, sigo mirando con desconfianza a cada persona que oculta sus manos o usa guantes, los observo cuando se muerden las uñas o cuando hacen parar un taxi. Yo sé, secretamente, que ellos ya están aquí y que es sólo cosa de tiempo para comprobarlo. Tal vez ya mutaron y lo del dedo lo corrigieron, pero pronto los descubriremos. Ojalá no sea demasiado tarde. Lo único cierto, porque lo que he visto, es cuando mueren se desintegran con rojizo resplandor...


Guía de episodios

http://www.quintadimension.com/article183.html