martes, 14 de abril de 2015

Día 3

Anoche dormí tratando de creer que no me vio, que no se dio cuenta, aunque sé que es evidente que lo hizo. Pero a veces es bueno asegurar lo contrario, es un engaño menor, pero tranquilizador. La idea era dormir bien, aunque no lo logré. Para ser sincero, todavía tengo pegada en mi cabeza esa mirada escrutadora, aunque es más que eso: fueron unos ojos de fuego, de esos que queman, pero huecos, sin vida, sin chispa, pero cargados de una llama no vital, sino que inerte... capaces de quemar con su frialdad. Lo recuerdo y me vuelve el mismo escalofrío de ayer.

Tal vez por eso hoy traté de pasar el día haciendo muchas cosas, poniéndome al día no sólo con mi trabajo, sino también con mi casa: reparando todo aquello que jamás hice antes por falta de tiempo o simple flojera. Destapé un fregadero, arreglé una manilla de una puerta y hasta limpie un trozo de cubre piso sucio. Fue un ataque de limpieza, parecía el tipo de esas publicidades de televisión que lo arreglan todo con el mismo producto, como si el asunto fuera un tónico mágico capaz de quitar el resfrío, combatir el dolor de cabeza y hasta ayudar en el crecimiento.

Pero no bastó o más bien todo se vino abajo cuando sonó el citófono. Era el conserje para informar que el comunicativo vecino de abajo, en realidad su mujer, reclamaba por ruidos molestos generados en mi piso. Lo extraño es que en mi departamento nadie hacía nada extraño, ni siquiera mi hijo jugaba a esa hora. A lo que hay que sumar que las paredes de la construcción son tan gruesas, que rara vez se cuela un sonido ajeno. Pero así fue. Obviamente, mi mujer le explicó al conserje que en casa nadie estaba matracando el suelo, ni bailando y menos saltando. Era evidente que lo de ayer había traído consecuencias y que este invento no era otra cosa que una advertencia del tipo "no te metas conmigo" o algo así. Me acordé de "La ventana indiscreta", esa película de Alfred Hitchcock que alguna vez vi de niño, luego la compré en DVD pero creo que nunca la he puesto, es probable que todavía esté sellada... uno compra cosas para retenerlas, adquirirlas para saber que están al al alcance, como si así pudiera atrapar recuerdos, momentos gratos de la vida, tomando en cuenta que la vida misma cada vez se pone menos grata.  En esa cinta, un vecino fisgón, algo aburrido de pasarla en casa, de tanto mirar por una ventana, observa lo que no debía. Esto era algo parecido. Sólo espero que lo que vi no sea igual ni peor. Además, todavía no sé que vi.

El cuento es que la vecina, no contesta con la respuesta, decidió actuar, subió y se animó a tocar el timbre, una sola pero firme vez. La misma a la que a penas habíamos visto unas cuatro veces y a la que menos le habíamos escuchado la voz, apareció en el dintel de la puerta, con la voz más suave jamás impuesta por alguien.
-Por favor, pueden pedirle a su niño que dejé de saltar, que estoy tratando de hacer dormir a mi hijo pequeño y cada vez que él suyo salta, lo despierta y llora.
-Es que mi hijo no está saltando, está en mi pieza viendo una película sobre la cama-, le explicó mi mujer.
-Claro, es que el al saltar y bailar, despierta al mío
-Parece que no me está escuchando: mi hijo no están saltando ni tampoco bailando.
-Entiendo que también es un niño, sólo pido que deje de hacerlo. Como ustedes sacaron la alfombra que había en su piso y lo cambiaron por piso flotante, eso hace que las pisadas suenen como golpes secos al caminar. Sólo dile que no pise tan fuerte.
-Parece que no me entiendes, te digo que no se ha movido. Además, nosotros jamás hemos cambiado el piso: todavía tenemos los dormitorios totalmente alfombrados...
-Bueno, gracias... hasta luego.

Qué puedo decir de ella. Bueno, no mucho. Yo no la vi, pero por lo que me contó mi mujer, era delgada y al igual que él usaba lentes de sol. En esa familia todos los usan, incluso cuando está nublado, es de noche o están en el interior de algún lugar. Tal vez sufren esa enfermedad que los hace sensibles a la luz, pero ya lo descarté, porque ayer a él lo vi sin lentes, a plena luz de del día y en el exterior, con sus ojos fríos pero encendidos. Obviamente no tiene ningún problema con la luz.

Volviendo a ella: la mujer intentó pararse justo donde el foco del pasillo no la alumbraba del todo, aunque tenía un constante vaivén que daba la sensación que de un momento a otro se nos metía al departamento. Su pelo, era algo cano y vestir, algo viejo y gastado, pero no sucia. Se parecía a esas señoras que en los 80 iban puerta a puerta ofreciendo la palabra de Dios, con el mismo tono pausado pero aprendido por años de hacer lo mismo, y usando el mismo tipo de ropa, esas faldas largas y oscuras, una blusa abotonada hasta arriba y un chaleco muy sencillo encima. Podría pensar que lo suyo es un homenaje a esa época, pero no: su ropa evidencia en su estado que efectivamente lleva 30 años puesta en ella, se nota gastada, remendada y vuelta a a remendar. Tampoco la puedo criticar, a mi me cuesta mucho deshacerme de las prendas que me gustan, sobre todo los zapatos, por que ´se que es muy difícil que encuentre otros parecidos.

Aparte de la ropa, lo único que nos quedó claro es que no venían a reclamar por ningún ruido. Eso fue una advertencia solapada, una manera de decirnos "los vimos y ahora nosotros los vamos a estar vigilando".


No hay comentarios: